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En la Playa

  • Rose Brancoli
  • 18 jun 2021
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 26 jun 2021




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Antes de irme de vacaciones, en enero, conocí a Sergio, hablamos muy poco por la aplicación de citas, nos tiramos directo a la piscina, a lo crudo, cara a cara, así se ven los verdaderos campeones y con esa impronta nos tomamos un café al otro día de conectarnos.

Sergio era un hombre tranquilo, mentalmente mas coherente que otros tipos que había conocido en la aplicación, se veía normal. No era guapo, era bajo y tenía mal camuflada su panza, que afortunadamente era pequeña. Compensaba su falta de gracia con simpatía y viveza.

Divorciado hace ocho años, sin temas pendientes, al igual que yo. Ingeniero Comercial, se notaba que le gustaba el dinero, tanto que hablaba mucho de el. Preocupado de las apariencias, usaba ropa que mostraba la marca y un gran reloj que le tiraba el brazo al suelo.

Me fui de vacaciones y chateamos fluidamente todos los días, muy intenso, como si se nos hubiera ido la vida en cada chat. Yo esperaba hablar con él todos los días, se me hizo un hábito-dependiente. La relación había avanzado demasiado rápido, tanto, que me dio pudor contarle a mis amigas que me mandaba emojis de corazones con alguien que había visto una vez y por una hora. Lo estaba disfrutando a concho y tenía de esas complicidades con uno mismo que son tan sabrosas.

A las semanas él también partió a la playa de vacaciones, estaba a dos horas de donde estaba yo. Así que adelanté mi regreso y pasé a verlo, me quedaba en ruta a la capital.

El se encargó de hacer la reserva, me quedé en su mismo hotel.

Cayó la primera noche y ahí estaba, en mi habitación atenta, cuando me escribió que estaba esperándome afuera del hotel. Me pareció raro, lo obvio era juntarse en el bar, pero bueno, el plan era de él. Salí a la calle y pensé que me estaba pasando a buscar un extraño, a la vez sentía que era mi amigo o incluso algo más que eso.

Y así apareció, en un Porsche rojo, fuera de todas mis expectativas. ¿Esto pasa en las aplicaciones de citas? Alguien que se compra un auto que expele éxito, ¿usa una aplicación de citas para conocer mujeres?, ¿no va en el paquete del exitoso un montón de mujeres corriendo detrás de él con las piernas abiertas? No me calzó. Debe venir de una familia igualmente disfuncional que la mía, pensé. Tantas salidas a pié con cuarentones rezagados y alternativos para caer en un asiento de cuero tibio, de esos que la calefacción parte en el coxis y sube por la espalda hasta llegar casi al cuello. Fue obvio que me quiso mostrar su auto, era parte de su constitución estructural, lo llevaba en su vestir.

Entraba poca luz por el sunroof y en la penumbra lo vi dibujarse de nuevo. No me acordaba de cómo era, en mis fantasías ya le había cambiado hasta la cara. Por lo demás, nada más alejado de su foto de Whatsapp, sobre la que construí deseos progresivos durante semanas. Lo miré, pero no tanto como para que se diera cuenta de mi examen.

Partimos al pueblo y como él prometió en algún chat, me hizo un tour completo. Yo ya había estado ahí, pero me excitó saber que lo recorrería con él como si fuera primera vez. En su auto, encapsulada del mundo por el climatizador, miraba por la ventana cómo pasaban restaurantes efervescentes, sentí que corría en una película.

Llegamos al restaurant. Veo el lugar y era atómico, tenía arena blanca de piso, colgaban de las vigas del techo telas que llegaban al cielo de las mesas, zigzagueantes a la brisa que entraba desde la terraza. Se escuchaban risas y un murmullo constante y animado, no había espacio para el silencio. Llegamos a la mesa reservada por él, que estaba sobre las rocas. Las olas reventaban impregnando todo de olor a mar. No habíamos pedido nada aun, recién nos habíamos sentado y yo ya estaba satisfecha.

Partimos con destilados, el mozo me dio tantas opciones de vodka que cuando terminó ya no me acordaba del primer nombre. Así que me fui por lo conocido, Absolut. De nuevo miles de opciones de agua tónica. Eché de menos los bares de barrio, carta pequeña satisfacción garantizada.

Y ahí estaba yo, recibiendo la espuma de la ola y escuchando los estallidos del mar. Volví de mis pensamientos y me incorporé a la conversa con él. Ahora si que lo veía bien. No me acordaba que era pelado y con piernas cortas, de pasos pequeños pensé. Sopesaba su falta de glamour y belleza con su alma seductora. Nadie puede ser feo y pesado, moriría virgen. Todas las expectativas previas se materializaron. Los pasamos bien, la conversación fue igual de fluida que en el chat, y escuchar su risa generosa me animó a seguir con el.

Camino al hotel tuvo la idea de ir al cerro a mirar las estrellas y así lo hicimos. Pasamos a una botillería a comprar vino blanco y dos copas.

El cielo estaba negro y se veía nítidamente la vía lactea, hasta vi una estrella fugaz. Ruidos lejanos con eco, infaltable el perro que no dejó de ladrar. Me pareció que todo estaba perfecto, respiré el olor a bosque y mar. Abrimos el vino, yo ya venía bien puesta con el vodka, debo decir. Fui por una copa, otra, y en casi media hora me había tomado la botella sola.

Como un reflejo tomé las riendas del asunto y me puse encima de él, apoyando una rodilla sobre el freno de manos y la otra entre la puerta y el asiento. Abrí mi boca, y como si se me hubiera rajado, le entregué mi lengua a lo más profundo de su ser. Succioné la de él hasta que se entregó a mi. Sin despegarme y con intención lo lamí, para guiarle sus pensamientos hacia su entrepierna. Ensamblados, amoldados el uno al otro. Increíble. Sus besos eran ricos, lo que hizo florecer mis fantasías. Porque hombre que da besos ricos, es buen sexo oral seguro.

El atraque duró hasta que el dolor de mis rodillas y mis pantorrillas acalambradas me indicaron que era mejor cambiar de posición, ya no tenía cuero para esos trotes. Me fui a mi asiento para darme cuenta que él tenía su sexo expuesto y turgente. Me miró y hervía en calentura, porque el también rajó su boca, besó mi cuello y acarició mis pechos, apenas habíamos empezado.

Incliné mi asiento hacia atrás, el hizo lo mismo y y quedamos acostados mirándonos, a ver quién hacía la próxima movida. Sin pestañear me saqué la polera y el sostén al mismo tiempo. El quedó inmóvil, esperando mis movimientos. Para que reaccionara, me toqué los pechos, apoyando toda la palma de la mano, masajeándolos, apretando con los dedos mis pezones, suave, y muy lento. Saboreé mis labios, los mojé mostrando mi lengua para abrir su apetito. Él disfrutó de cada movimiento, lo esperaba hace tiempo y no tenía apuro.

Su mano estaba en su pene, que seguía duro, y lo jalaba hacia adelante y atrás, progresivamente con mas intención, mas rápido, rompiendo el ritmo suave que le había propuesto. Me exitó tanto que lo quise sentir adentro. Le saqué su mano y con la mía me uní a él jalándolo, hechó la cabeza hacia atrás y me dejó todo el control. Degusté su erección, marqué su contorno con mi lengua, lo metí en mi boca a la vez que lo sacaba, cada vez mas rápido. Justo antes de su estallido, lo invité a que se posara sobre mí, para sentir la totalidad de su peso de macho. Se avalentonó, me bajó el pantalón y nos frotamos como adolescentes.

Tomó mis brazos y los estiró dejándolos al lado de mis orejas y cuales esposas apretó con sus manos mis muñecas para dejarme quieta, someterme. Sentí que un fragmento de él entraba entre mis piernas. Llevé mis rodillas a mis pechos para dejarlo llegar al fondo, y así empezó a pujar, cada vez mas rápido, cada vez más fuerte, hasta que juntos nos entregamos al placer. Hace tiempo no sentía esa descarga de energía, fue una sincronización perfecta. Se quedó un rato sobre mi descansando, me sentí contenida. Ya era la hora azul y decidimos volver al hotel.

No lo vi al desayuno. Le escribí altiro y me contestó después de almuerzo, había tomado un tour, ¿un tour?. Era una mala señal, esa lejanía no era habitual, me podría haber invitado. Sentí su desinterés, que se prolongó hasta la noche, al otro día en la mañana decidí volver a la capital.

Le seguí escribiendo chats, me quedé pegada con él, quería una explicación, o varias, no entendía lo que lo había desmotivado después de que lo vi disfrutar. Tuvimos semanas de chats y solo lo hicimos una vez. No podía terminar así. Ya no estaba pendiente como antes, ni dispuesto a dar respuesta a mis preguntas. Se diluyeron las conversaciones, y yo arrastrada le pedí que esto no se quedara en un amor de verano, que estábamos empezando a pasarlo bien. Llegó el día en que no escribió mas, simplemente desapareció.


Y así pasó Sergio, para darme cuenta que fui su exit del verano, que podría haber sido yo o otra chica, daba lo mismo, lo importante para el al parecer era acumular mujeres en su libreta, hacer un check en su lista de conquistas.

 
 
 

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