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- Rose Brancoli
- 24 may 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 25 may 2021
Rose llevaba dos años desde su separación y no había salido con nadie, estaba literalmente seca. Se metió en una aplicación de citas, como medida desesperada. Como un juego puso rango de edad entre treinta y cinco a cincuenta y uno. Y conoció uno de treinta y cinco, diez años menor.
Tuvo largas horas de chat, conversaba con él todo el día, mañana, mediodía, tarde y noche. Tomó sus hormonas por asalto, le tenía el cuerpo prendido, despierto, pura energía que le hacía entrar y salir de la rutina. Hace años que ella no se sentía así.
Ahí estaba el flaco, publicista, emprendedor, sin niños, dog lover y deportista. Todo lo que uno puede ser a esa edad, era él. Sus fotos de Instagram, eran en el trekking, con el perro en variados escenarios, asados con amigos, en el bar, tocando batería, en el estadio, y así. Alto y proporcionado, piernas largas y entero musculoso, 100% fibra. Morenazo de ojos aceituna, brillantes y despiertos, aun le quedaban ganas de comerse el mundo, no le habían llegado grandes desilusiones ni tampoco lo perseguían los resentimientos de lo que pudo ser, de lo que hizo o no hizo, de las desiciones poco acertadas. Funcionaba en un aura de sueños, era de mochila livianita.
Se juntaron por primera vez en un bar de barrio, elegido por él. La barra era un tronco de árbol partido por la mitad. Las mesas eran redondas con un solo pie, no habían sillas, solo bancos. Las personas sentadas parecían amotinados. Tenían que hablar cerquita, lo que lo hacía muy sexy.
Del bar llegaron al departamento del flaco, que quedaba a dos cuadras, ella sintió que era prematuro, estaba nerviosa por la diferencia de edad y por estar fuera de las pistas. Nunca se había metido con alguien menor. Pero el cuerpo se lo pedía. El living tenía un futón azul de dos cuerpos, y dos puff blancos, que nunca conocieron el Cif. El puso los Rolling Stones.
Se sentaron en el futón, cerquita, él se hizo una piscola, ella se tomó un vino. Clara no escuchaba lo que él le decía, se distrajo con sus ojos, que la miraban clavado, tan clavado como ella quería que estuviera él. Se desconoció. No quiso preludio, sensualidad, ni nada, sólo quería que la clavara, rápido y ferozmente.
De repente él se acercó a su cuello, y comenzó a respirar suavecito, desde el mentón hasta su clavícula, puso su cara entre sus pechos y siguió respirando, le desabrochó la blusa y empezó a besarla, al principio suave.
Mientras lo hacía bajó su mano hasta su entrepierna, buscando, buscando, y sin sacarle el calzón entró violento con sus dedos. Rose llegó a saltar. Atinó a responder. Con su mano bajó directo a su sexo, cuando en un movimiento él entró de lleno entre sus piernas. Y ella se dejó sentir, las cosquillas en su paladar, las mariposas en la guata hasta que llegó al éxtasis. Cumbre que echaba de menos. Misión cumplida. Quedó lista para irme a su casa. Pero él quería seguir, lo esquivó.
La miró extrañado, “¿por qué me corres?” Le dijo que no se apurara en irse, que tenían tiempo, que recién eran las 2:00 de la mañana. Ella casi se murió con la hora. Le explicó que su casa se activaba a las 6:30 de la mañana, niños, duchas, colaciones, colegio, oficina, reunión de coordinación, uff.
Él la miró fijo, ya estaba dispuesto. Vitalidad de los treinta y cinco, pensó ella, a la vez que se acordó que llevaba dos años vacía. Olvidó sus preocupaciones y responsabilidades, porque aunque estaba cansada, quiso sentirlo de nuevo, quiso sentirse mujer. Ella le pidió que se fueran a su cama, pero él la llevó a la mesa de comedor. Rose sintió la dureza de la mesa en su espalda, estaba incómoda, sintió sus huesos rozar con la superficie, pronóstico seguro de moretones. Prefería la normalidad de una cama, se le iba la onda a ratos y sus deseos y aspiraciones chocaban con la realidad. Él empezó su vaivén que al rato se le hizo interminable, ella ya había acabado.
Se volvieron a ver, un par de veces. Ella quería puro sacarse las telarañas y también contarle historias a sus amigas, de cómo conquistó a un chico diez años menor. Siempre fue igual, él se iba entre dos y tres veces por noche, y ella quedaba muerta. Eso sí, cambió lo escenográfico por la cama.
Aunque Rose se la podía a duras penas, él seguía buscándola. Nunca entendió por qué. Tampoco le pidió que pagara las cuentas cuando salían. Tal vez él también quería una historia para contarle a sus amigos. Cada vez que ella escucha los Rolling Stones, se acordaba de él, y lo disfrutaba íntimamente. Nunca más se metió con alguien más joven, de hecho cambió el rango de edad de la aplicación, ahora es de 45 a 51 años. Simplemente, no se la podía.
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