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El Francés

  • Rose Brancoli
  • 25 may 2021
  • 11 Min. de lectura

Actualizado: 1 jun 2021

Viernes en la noche y no tenía rutina, estaba sola en mi departamento, en pijama, comiendo gomitas en la cama, con la tele prendida en silencio, mirando fotos y leyendo los perfiles de los tipos de la aplicación de citas.

Hace un mes que no me metía, desencantada de tanto pastel que conocí y que anda circulando. Pero así es la relación con la aplicación, de amor-odio, cuando resulta la cita, la amas, cuando es una mala cita, la odias.

Entrar y salir es fácil, porque la cuenta nunca se acaba, una vez que te inscribes, es para siempre, y si quieres salir de ella, el sistema suspende tu cuenta, los otros ya no te pueden ver, y cuando la activas todos tus datos aparecen publicados nuevamente. Por lo tanto cuando se te pasa la mala onda con la app, y vuelves a usarla, todo está en el mismo lugar donde lo dejaste.

Algunas biografías me parecían epitafios, la falta de creatividad es un standart parece. Mi presentación es simple y directa: “Divorciada, con niños de 12 y 14, busco un partner puertas afuera”. Clarito como el agua. No más allá de eso.

Me topé con el perfil de Felipe:

“Hombre romántico y atento que gusta de lo simple y sencillo de la vida, bailemos unos lentos acompañado de un buen vino? De pronto somos buenos amigos o algo más, el tiempo pone todo en su lugar, Carpe Diem.”

Lo rechacé, la foto no lo acompañaba, estaba con la mamá, ¿quién pone una foto así en una aplicación de citas? Eliminado por mamón.


Seguí mirando y la pantalla me mostró a “Saturno”,

“No fumo…no alcohol. Que no seas hiperventilada. Minas con rollos por favor pasar, evito lugares demasiado poblados, deportista de bajo rendimiento, travieso, me gusta el rock clásico y los tatuajes. Si vas a dar like, converse, si no, pase”.

Me pareció mala forma de venderse, lo más fuerte es que tenía una foto con el hijo. Me parece un descriterio exponerlos así, mal que mal, la red es la red y nunca sabes dónde pueden terminar tus datos. Eliminado por descriteriado.

Paso al otro perfil, me muestra a Alberto,

“Heterosexual, 1,85 cm, busco ampliar el círculo de amistades. Me encanta viajar, amante del buen vino, disfruto de las cosas simples. Bebo poco y no fumo cigarros, cat lover, canto por deporte y colecciono buenos momentos. El vaso siempre está medio lleno”.

¿Pondrán los hombres la estatura para decir que tan grande lo tienen?

En la práctica he aprendido que esa relación no existe, me reí. Sin olvidar de que a falta de tamaño, la técnica es primordial. Por otra parte ya sé que “los que disfrutan de las cosas simples” en general no tienen lucas, y a mi me gusta que me inviten. Tengo poco para dar, pero mucho para recibir.


Pasé de nuevo y aparece Alain, este se veía interesante:

“Globetrotter, good in restaurants and bars, high performance athlete, FE, EN”

Era francés, tenía publicadas fotos escalando, esquiando, de traje y sport en la montaña. Le puse “like”, y Bingo! él también lo había hecho y apareció en la pantalla “Its a match!” Y su foto se ve con una lluvia de estrellitas, las mismas que me alumbraron a mí. La aplicación nos llevó directo al chat.

A los cinco minutos estaba conversando con él, y al rato descubrí que era interesante, típico ejecutivo, Gerente Regional de alguna multinacional, que vive en aviones, siempre con el horario corrido, pasa dos o tres días por ciudad, está más tiempo en el aire que en su casa con su familia. Es cazador profesional, de los mercados internacionales y de las mujeres de esos mercados, se lo viven así, siempre queriendo hacer cumbre. Buscan despertarse de la monotonía con una aventurilla en el país que le tocó visitar, una exitación breve, pero intensa. Perfecto para mí.

Nosotras las latinas, les somos atractivas, exóticas y por qué no decirlo, sabrosonas. Para ellos son nuevos olores, sabores, colores y piel, sobretodo piel fresca y airada años por la Cordillera de los Andes. Un respiro a su rutina. Son volátiles, porque aparecen en la aplicación, pero después cuando los vas a contactar, ya no están en tu país. Atenta al lupo.

Y así estaba yo, atenta a él. Se quedaba exactamente 4 días, por lo que teníamos 3 noches para salir, eso, si todo salía bien en el chat. Era tercera vez que estaba en Chile.

Esa misma noche me invitó a salir, el eligió el restaurant, que era francés, a las 9:00 pm. No había tiempo que perder, nos veríamos en una hora. Volé a la ducha, saqué un par de tenidas ganadoras, me las puse, mandé fotos al chat de mis amigas para que me aconsejaran, hasta que llegué a la definitiva y partí a encontrarme con él.

Llegué los 10 minutos tarde de rigor. Él estaba en la puerta, miraba a los que llegaban, esperándome. Camisa de color morado claro, con un estampado amarillo imperceptible de figuritas de golf, sus piernas eternas vestidas en yeans ceñidos y mocasín de gamuza azul sin calcetín, cual revista “Hola”. Sonrió al verme. Era igual a las fotos que tenía publicadas en la app. Bien! Punto a favor.


El lugar era bueno y bonito, yo estaba feliz con su elección, había ido una vez antes y me había gustado por lo que me tiré con mi mejor ánimo a explorarlo a él.

Entre mi inglés, su español básico, el francés, y las copas, nos entendimos bastante bien. El pidió por mí, comimos. Sus modales eran una delicia, sus manos perfectas, dedos largos y blancos, su forma de tomar el vaso, y cómo manejaba los cubiertos, nunca los levantó mientras hablaba y mantuvo siempre las muñecas en dirección al plato. Pero eso no fue eso lo que más me impresionó, tampoco su generosidad, o buen look. Fue cómo abordaba sus intenciones, su manejo. Se notaba que estaba acostumbrado a estar en situaciones así, donde está con mujeres de distintas culturas y las seduce desde sus instintos más primitivos, pero muy suave, sabiéndose sí.

Quería contar historias a mis amigas de mi conquista del primer mundo. Y conociendo sus intensiones y mi tentación sistemática, me embarqué. Después de más de un par de copas, que por consecuencia tuvo mi codo izquierdo permanentemente pegado a la mesa, ya quería abalanzarme sobre él. Un completo extraño, no venía referido de nadie, lo único en común fueron dos visitas mías a Paris. Pero no podía abalanzarme, porque era muy prematuro y porque sentía que estaba jugando con la reputación de todas las chilenas y no era justo con ellas dejarnos tan mal paradas, había bandera.

Aguanté lo más que pude, estiré el elástico hasta que se rompió, y cuando terminamos de comer, le pregunté sutilmente en un inglés y francés bárbaro, que qué hacíamos después, y su respuesta fue certera: quieres ir al bar de mi hotel?, yo asentí. Mientras caminábamos a mi auto, el silencio fue brutal, había cierta tensión, sabíamos a lo que íbamos, es como si por saberlo se acabara la conversación frente a lo inminente. Yo media incómoda tratando de seguir sus zancadas, caminaba rapidito pero no me daba, mido 1,50 no 1,85 como él. Le tuve que pedir que fuéramos más lento.

Al llegar al hotel, me dijo que mejor nos tomáramos un trago en su habitación, mientras caminada al ascensor obviando el bar del hotel. Y así fue como llegué al piso once.

Sacó del frigobar lo primero que encontró, que resultó ser pisco, que no me gusta tanto. Pero en fin, el foco no era ese, así que lo dejé pasar y acepté el trago feliz. Tuve que elegir entre el sillón y la cama, no había más lugar dónde sentarse, así que me fui como señorita al sillón. Ni un trago llegó a mi boca, cuando se acercó sigilosamente, se sentó en el antebrazo buscando proximidad. Mientras me hablaba se acercaba y rozó sus brazos con mi hombro, serpenteando. Miró la hora un par de veces, poniendo presión al tiempo. Hasta que la espera lo superó, se paró y se sentó en la cama, mirándome. Con su palma hizo dos golpecitos a su lado, señal de que debía acercarme.

Me senté a su lado. Se acercó, era tan alto que su tarea no era fácil, su espalda estaba totalmente encorvada para llegar a mi boca. Sigiloso él, de movimiento a movimiento, suavemente me reposó en la cama. Comenzó a desabrocharme la blusa, sin besos, yo tendida e inmóvil. Me hizo sentir que yo era algo que hay que cuidar y disfrutar de a poquito. Fue botón, por botón hasta hacerme sentir expuesta. Aun no me había tocado y ya estaba mojada. Mientras disfrutaba la escena, pensaba en tanto hombre chileno bruto que anda dando vueltas, que no sabe cómo encamar mujeres, tantas horas perdidas con ellos.

Su lengua estaba un poco rígida, versus mi boca que parecía un sorbete de limón derritiéndose. Repasó mi cuello, lo olía y respiraba profundo, cómo si hubiese querido grabar mi olor y dejarlo en su memoria. Suaves gemidos salían desde lo profundo de su garganta a la vez que respiraba hondo, subió desde el cuello hasta mi oreja para que lo escuchara, soltaba su alito, y yo sentía el aire tibio entrar en mi pelo, rozarme la piel y llegar a mi nuca. Atiné a desabrochar su camisa, con la misma delicadeza con que él me había tomado, y mientras estaba en eso, y sin darme cuenta, en un movimiento sentí caer su peso sobre mí, y encontré mi cara enfrentada a sus pechos. Que más me quedaba que lamerlos un rato, abrí mi boca húmeda, le mordí sus pocos pelos con mis labios, jugué con sus pezones rodeándolos con mi lengua, construyendo aureolas de saliva, soplándolas para que me sintiera, dejando mi propia huella ahí.


Se paró de la cama para sacarme los pantalones, los tomó de la basta y los tiró hacia atrás. Ahí lo vi entero, de una pieza, erguido en su plenitud. Verlo me prendió más, además estaba depilado.


Se acercó, tomó mis pies y me corrió hacia la orilla de la cama. Abrió con sus manos mis piernas. Me erizó hasta el pezón. Clavó su mirada en mi vagina, inclinó su cabeza hacia el lado, abrió un poco su boca, la misma por donde empezó a respirar fuerte de nuevo. De un soplido introdujo su lengua en mi sexo. La paseó verticalmente, lamiendo mis labios. Con la misma intensidad que lo hacía, apretaba mis muslos, estableciendo un ritmo perfecto. Decidió buscar mi clítoris, mientras le respiraba a mi sexo. Sí, mi clítoris tercermundista, más café que blanco, pequeño pero apretado, erecto para su boca. Abrió mis labios con su nariz y comenzó la búsqueda, al rato encontró mi punto fértil y tomando esa pequeña pelotita, ese minúsculo pedazo de carne viva que hace suspirar, la mordió con sus dientes sin parar hasta que caí en deseo.

Le pregunté por rigor si tenía “condons”, “con-do-nes”, que obviamente tenía en la maleta, veo la caja y supongo por el gran tamaño de ella y el poco contenido, debe llevar un mes viajando. Decidí dejar mi propia impronta y darle reputación a la mujer chilena, por lo que tomé la iniciativa y le pedí que se tendiera, me puse sobre él, apreté sus glúteos con mis rodillas, le puse el condón con mi boca, cual geisha chilena, para asegurarme que todo estuviera en orden. Dejando mi cadera inmóvil y suspendida sobre su sexo, apoyé mis manos al medio de su pecho, sin sacarlas, estiré mi espalda hacia atrás y levanté mi cola, quería que este fuera el movimiento escenográfico de la noche. Y suave, muy suave, me posé sobre él. Dejé que su gran pene entrara en mi minúscula vagina, que sé es elástica, turgente y que estaba húmeda, muy húmeda, esperándolo.

A los cinco minutos ya se me había olvidado el tamaño de su pene, la delicadeza y la emancipación y figuraba cual amazona bailando rítmicamente sobre su cuerpo, como queriéndole mostrar de que para algo sirve la salsa, el merengue y todos los vaivenes de cadera que están en la cultura musical del continente, que aquí si sabemos lo que es bueno, y que lo llevamos en la sangre, lo heredamos por derecho. Tan grande era su pene, que no había un movimiento en que no me rozara, todo acto se convertía en goce, y de a poco mi humedad lo fue empapando, sentía como se resbalaban mis muslos en sus caderas, el se dejaba llevar, sin resistencia, en este mar de roces. El entregándolo todo en la cancha, y yo metiendo todos los goles, hasta que escuché su grito primario y explotó. ¿Explotó sin mi? ¿No esperó a que me fuera?, ¿qué es eso de los franceses son buenos amantes?, ¿qué hago ahora?

Igual me levanté ganadora para recostarme a su lado, su pecho seguía exaltado, sus ojos cerrados, su piel brillante y una gota de transpiración le caía por la sien. Le di una última mirada a su sexo, porque yo también quería grabar su imagen en mi memoria. Cuando me di cuenta que ya no tenía el condón. Le pregunté y él con desinterés me dijo que no sabía. Lo miro para buscar apoyo en la búsqueda, pero no se inmutó con la tarea. Estaba disfrutando de las últimas palpitaciones que te da el hacer cumbre. Lo dejé estar. Busqué entre las sábanas arrugadas, borde de la cama, piso, entremedio de la ropa. Rodeé por última vez la habitación con mi mirada. Al no tener ni sospecha me empecé a urgir. Cuando caí en cuenta que había un sólo lugar dónde podía estar: mi vagina.

Me hice de valor, me acuclillé en la cama, abrí mis piernas y metí mi dedo en lo más profundo de mi sexo, a bucear si estaba ahí. Toqué con la punta de la uña el hule redondo, y al tirarlo se hizo un chupón y se metió de vuelta. Mierda, esto no me podía pasar a mí. Nerviosa le expliqué la situación, balbuceando idiomas. Le eché la culpa a él por no haber tomado el condón cuando me levanté. Pero en su defensa me reprochó que no le había avisado que me iba a parar, lo cual fue verdad, pero no quise perder la pelea.

Seguí intentándolo, mientras a el progresivamente se le iban abriendo los ojos de ver mi posición, recién dándose cuenta del rollo en que nos habíamos metido. Me miraba expectante. Intenté una y otra vez, me di cuenta que el chupón se hacía porque no entraba aire, así que con mi otra mano, metí dos dedos y abrí mi vagina para dejar pasar el aire, y traté de tomarlo con la punta de mi dedo, pero aun así sentía que se quedaba adentro y mis posibilidades de sacarlo se esfumaron. Lo dejé de intentar, él se paró al baño y como ya se había jodido todo, su evidente desinterés y molestia lo llevó a cerrar la puerta de golpe, de paso indicando que la culpa era mía. Todo iba mal. Todo. Se cortó de manera brusca la intimidad y pasé de amazona Latina a ser una simple chilena de 1,50 y a él se le cayó el velo de conquistador del tercer mundo, para caer de vuelta al franchute que era.

Cuando salió del baño, le expliqué que tenía que llevarme a la clínica porque no me lo había podido sacar. Tomó su billetera y partimos. Yo manejaba a tropezones y el mudo a mi lado. Después de la escena no habló más en toda la noche. Llegamos a la clínica y entramos por urgencia. Le hablé bajito y entrecortado a la recepcionista, no quise que ninguna persona en la sala de espera escuchara por qué estábamos ahí. Evidentemente mi caso no era una prioridad, así que estuvimos largo rato esperando. Sentados, miré la noche de manera distinta. Me empecé a sentir avergonzada de todo, mi flirteo, mis copas de más, mi propia impronta. No hubo contacto de ningún tipo, ni físico, ni verbal, ni visual, nada. Del glam a la tierra, tierra dura y seca. Sentí el abandono, la vulnerabilidad.

Entramos forzosamente juntos, yo creo porque le pegué una mirada ruda cuando me llamaron. Él partió detrás, y se quedó afuera del box, no lo podía ver. Rogué que se quedara, no quería estar en esto sola. Mientras pensaba en eso, una enfermera me tomó del brazo y me subió a una camilla. Abrí mis piernas y las apoyé en dos patas metálicas que salían por cada lado, apreté con mis manos los pasamanos laterales, estaba muy tensa. Miré el techo mientras el doctor introdujo una pinza gigante en mi sexo, en menos de tres segundos me sacó el condón, me lo mostró y respiré. Alain ni se inmutó, realmente le daba lo mismo todo lo que había pasado, por lo demás no vio nada y tampoco quería hacerlo, estas imágenes no eran las que el seleccionaría para sus recuerdos, aunque a pesar de el, sé que la situación quedó en su registro. Además, algo de responsabilidad sentía, de otra forma no me hubiera acompañado.

La vuelta fue silencio, ese silencio duro, ese que te hace querer escapar. Escuchaba su respiración, fuerte, segura, casi enojado. Yo con mi pecho apretado, respiraba con dificultad, cortito y muy bajo, como si el hecho de que él no me escuchara respirar me hiciera desaparecer de ahí. Estaba revuelta con todo. Lo dejé en la puerta de su hotel, con su mejilla topó la mía, como un beso fallido. Desapareció en el lobby.



 
 
 

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