top of page
Buscar

Los Conejos

  • Rose Brancoli
  • 12 jun 2021
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 7 jul 2021




Hasta que apareció Carlos, de la nada, todo un galán, en mi bandeja de matches de la aplicación de citas. Lo supe de inmediato, su forma más formal de presentarse y irradiaba honestidad, de esa buena, cuando sabes que es buen chato. Tenía su lado artístico, pintaba al óleo en su tiempo libre y nadaba, casi compulsivamente. Estas actividades estaban lejos de su profesión, el típico ingeniero civil, que esta vez, no era cuadrado. Así en pandemia, con prohibición de salir de las casas, concertamos una cita para encontrarnos en el único lugar que podíamos: la calle.

Caminamos y caminamos los dos con mascarillas por el barrio, si vernos la cara, lo que lo hacía sexy, solo estaban nuestras miradas cruzándose y no sabíamos que había más allá. Era bajo y 100% fibra. La curiosidad empezó a matarme y como buena ansiosa que soy atiné a decirle que nos fuéramos a su auto para estar más tranquilos, además ya estaba media chata de caminar. Sacarse las mascarillas fue como sacarse una mascara. Fue instantáneo, lo vi en sus ojos y lo sentí en mi guata, más que mariposas, tenía todo un vórtice funcionando que me dejó llena de energía. Me encantó, y yo le encanté, lo vi en su mirada, su entusiasmo, su sorpresa. Me dijo que era mejor que las fotos que tenía en la app. Lo sé, no soy fotogénica, no es primera vez que me llegaba un comentario así. Quise abrazarlo, pero evidentemente era muy prematuro, más que sexo, quería ternura, me daba compasión, no por él, por mi, por mi descubrimiento.

Me invitó a almorzar a los dos días. Días que no se me hicieron eternos ya que estábamos conectados al Whatsapp. Él eligió el lugar y como buen caballero estuvo puntual ahí, esperándome. Esta vez, no apliqué la regla de llegar diez minutos tarde a una cita, no quería perderme de nada.

La conversación fue suave, fluida, hasta que llegamos al postre. Ya decidida de que quería que este macho fuera mío, lo miré y le pregunté “¿no te han dado ganas de darme un beso?” Honestamente quise saber, porque le coqueteé todo el almuerzo. Pero parecía que su caballerosidad o más bien, su sobre-caballerosidad lo antecedía, por lo que hizo caso omiso a mis insinuaciones. Al final, cuenta pagada, cuando ya nos íbamos atinó a contestarme que sí, que le habían dado ganas de darme un beso. Suerte mía, ahora solo faltaba definir dónde ir para concretar esa inspiración, antes que se esfumara. Barajé en mi mente, ir a mi casa, la de él o algún motel cercano, total estábamos en el centro y debían haber miles, lo fome es que no conocía ninguno en esa área. Cómo buen caballero, él me dijo que no conocía moteles. Lo dijo de tal forma que realmente pensé que nunca había ido a un motel, le creí. San Google me ayudó y tenía resuelto el problema en tres minutos. Había un motel a tres cuadras, “Los Conejos”. Así que partimos, raudos para aprovechar el tiempo. El me pidió pasar por una farmacia por lo suyo, regla de oro es tener sexo con preservativos, no hay de otra, mejor cuidarse y él lo hacía.

El neón azul salía por detrás del respaldo de la cama, que era ovalado con un filete de metal en la orilla y un caño dividía la pieza. En cada velador había una botella individual de pisco y sus respectivas Coca-colas. Al principio no sabía cómo partir, él no se acercaba, se sentó en un sillón de felpa. Decidí tomar la iniciativa y hacerle un baile seudo-erótico con el caño. Pero no sabía que el caño era pegote a la piel, hay que dominar la técnica, por tanto mientras yo me sacaba las prendas, más piel quedaba expuesta y el pegoteo hizo que mi baile fuera progresivamente menos fluido, y mi conquista del caño se fue por la borda. Para mi sorpresa a esa altura ya tenía mi entrepierna mojada, de puro excitarme con la fantasía de lo que estaba haciendo. El solo miraba, no atinó a corresponderme, ni cuando quedé desnuda frente a él, lista y dispuesta a lo que quisiera. Me acerqué, le bajé el cierre de su pantalón, y con mi mejor ánimo comencé a lamerlo, fui aumentando la intensidad, pero había algo que no cuajaba, él estaba ido en otro mundo. Me rindo, le dije, y me fui directo a preparar una piscola, me siento a su lado y le pregunto por su ex (porque a veces estas cosas pasan, las ex no se va nunca de su corazoncito y les impide avanzar casi en todo). Pero de eso no hablan los hombres, porque es su debilidad, y para débiles no está hecha la sociedad, por lo menos la nuestra, mejor mostrar hombría saliendo con varias chicas. El también tomó piscola, y entramos en una muy buena conversación, nos reímos de la situación de que no pudo tener erección y de mi desnuda intentando dominar el caño. Los dos ahí sentados, en un motel, desencontrados de las pasiones. De repente veo que se acerca, me toma la cara con las dos manos y me besa dulcemente, toma mis labios y los rodea con su lengua, me ericé entera, me tomó por sorpresa. Bajó dándome besos por el cuello hasta llegar a mis pezones, sin antes darles una buena mirada, casi de examen. Lo dejé explorar mi sexualidad, que hiciera lo que quisiera, después de todo sentí que estaba con un virgen por segunda vez, era su primera mujer después de la separación. Besó mis pezones, bajó por el centro de mi estómago, metió su lengua en mi ombligo. Tomó mis muslos por dentro, los abrió, miró mi sexo fijamente, a su tiempo tomó la decisión de besarme. Con una intensidad inaudita, como si hubiese tenido años acumulados de abstinencia sexual encontrándose de nuevo con la madriguera. Atiné a tocarlo, me fui a su pene que estaba duro, prendido, listo para entrar. Dirigí su sexo al mío, quise que estuviera adentro, no quería esperar más. Y así de rítmica partió nuestra historia, que tomó como fetiche solo tener sexo en moteles, y así lo hicimos por los meses que estuvimos juntos, hasta que un día, me comunicó que había vuelto con la ex.



 
 
 

Entradas recientes

Ver todo

Comments


Subscribe here to get my latest posts

Thanks for submitting!

© 2023 by The Book Lover. Proudly created with Wix.com

  • Facebook
  • Twitter
bottom of page